2 nov. 2006



BYE DON AUGUSTO

Manolo salió de su casa con dirección a la casa del Ñato, cuando vió a Fanfurria pegarle a su enamorada.

Fanfurria tenía algo mas de 25 años, era antipático, pegalón y un gran mentiroso; pocas personas creían en su palabra, en especial Manolo que era ajeno a seguirle la corriente.

Tiempo atráz Manolo pasaba al lado de Fanfurria cuando este le aplicaba su "chiquita" a su enamorada de turno, una morenita poco agraciada. No pudiendo permanecer inmóvil Manolo empujó a Fanfurria e inmediatamente se cubrió el rostro, tomando posición de defensa. Luego los golpes que esperaba recibir ni vinieron por delante sino por detrás. La morenita, bien afecta al golpe, le daba de manazos en la espalda al tiempo que le gritaba que no se metiera en lo que no le importaba. Desde ese momento Manolo no se metió en líos ajenos.

- Perdón, perdón, dijo Manolo indiferente esquivando a Fanfurria que se esmeraba en cambiarle la identidad a la morocha a punta de golpes. Pasó de frente y llegó rápido a la casa de su amigo, que estaba a solo tres cuadras de allí.

- ¿Sales?- le preguntó al Ñato, luego de tocar la puerta de su pequeña vivienda al lado del Puente Tenderini.

Ñato era una de las varias chapas que la gente del barrio le habían puesto a Pedro por su nariz, la cual no solo era grande sino que era puntiaguda como la aleta de un tiburón, un verdadero abuso.

- Ya salgo espérame un toque, le dijo el Ñato luego de entre abrir la puerta.
- ¿A dónde vamos?, preguntó el Ñato, una vez en la acera.
- Vamos a buscar al Chato, dijo Manolo. - Bacán.

Caminaron.

- Ring!! -¿Señora buenas, esta Toño?, dijeron al unísono al ver a la Mamá del Chato aparecer por la ventana.
- Se fue con Juancho al Bazar Militar- le he encargado algunas cosas para la casa, comentó la señora.

El Bazar Militar era el lugar perfecto para que El Chato hicieran de las suyas; un lugar con poca vigilancia por considerarse que en la familia militar no se cometían robos; pero se equivocaron con El Chato, no conocían su destreza para llenarse los bolsillos sin ser visto.
– Esto no es robar, es solo una pendejada – le dijo una vez a Manolo, mientras se escondía una tira de chupetes dentro del pantalón.
Para Manolo era divertido ver al Chato burlar la seguridad de la puerta de salida con los bolsillos llenos, era algo muy arriesgado para el.

Sin más que hacer, Manolo y Ñato se dirigieron hacia el Bazar del Ejército, que si bien estaba lejos les permitía conversar un poco sobre las chicas del cole, los tonos y las últimas cintas “New Wave” que habían conseguido.

Estaban ya frente al Bazar Militar, en la acera de la gran avenida de doble carril. A casi dos metros un hombre alto con la mirada adusta y seño fruncido parecía querer cruzar la calle también.

– Puta madre ¿que hace aquí Don Augusto?– preguntó Manolo.
– ¿Quien?, respondió el Ñato tratando de identificar al referido.
– Ese tío, el de la guayabera blanca, le dijo Manolo señalándolo. – Es un milico retirado que vive al lado de mi edificio y es una ladilla de culo. Me la tiene jurada desde que una vez que jugábamos fulbito le cayó la pelota a su carro y desde ese momento siempre que me ve me menta la madre.
– Mejor déjalo allí nomás, ese tío está bien maceteado fácil de un manazo nos tumba a los dos, le dijo el Ñato.

Manolo y Ñato se disponían a cruzar la avenida cuando un fuerte chirrido llamó su atención. Una combi, una de las primeras combis de la época, que venía a gran velocidad frenó a algunos metros de ellos de manera estrepitosa.

¡la recon …! El pantalón de Manolo estaba salpicado de pintas rojas y a sus pies el cuerpo tendido de Don Augusto. Se escucharon gritos de los pasajeros al interior de la combi, pese a ello emprendió la huída.

Uno de los soldados ubicados en la puerta del bazar cruzó corriendo la avenida dándoles el encuentro.
– Oe chibolo, ayúdame con los pies, le dijo a Manolo.
– Pero ¿que hago? dijo el, asustado.
– Tranquilo, solo tómalo de los pies y yo de las manos, vamos a cruzar la pista.

Ya del otro lado de la pista, el Ñato intentaba, sin mucha suerte, parar el primer carro que pasara para auxiliar al herido.
– Puta madre, nadie quiere parar - dijo cuando llegaron Manolo y el soldado con el herido a cuestas.
– Y nadie lo va hacer por las guenas pe, le dijo el soldado, dejando descansar la cabeza del Don Augusto sobre la acera. - Alto, Alto, dijo el soldado y apuntó con su FAL a la primera camioneta que se aproximó. –Ayúdenos a llevarlo a San Antonio, está grave.
– ¿Por qué mi camioneta?, me voy a meter en problemas - dijo el conductor, estimando la gravedad del asunto. Van pensar que he sido yo, dijo con voz temblorosa.

Casi sin escuchar los lamentos del chofer, Manolo y el soldado colocaron a Don Augusto al interior de la tolva. Luego el cachaco salto hacia fuera y le dijo a Manolo:
- Guena suerte chibolo y apúrense que está muy mal, lamentablemente no puedo moverme de mi posición.

Inmediatamente la camioneta se movió, Manolo al lado de Don Augusto le sujetaba la cabeza para que no se golpeara más. La cabeza estaba abierta y la sangre hirviendo brotaba a borbotones. Don Augusto tenía poca fuerza pero estaba conciente de la seriedad de su estado.

- Ayúdame, no me dejes morir. He sido una rata contigo pero no me dejes morir, ayúdame, le dijo a Manolo mientras le apretaba el brazo.

Intentando no escuchar lo que escuchaba Manolo golpeó fuertemente la ventana:
– ¡Pisa huevón, pisa que se muere! le gritaba al chofer y al Ñato que ya se había alojado al interior de la cabina.

– ¡Pisa, pisa que se muere! La desesperación de sus palabras se repitió a lo largo de un viaje eterno, hasta que llegaron al hospital.

Ni bien se estacionó la camioneta, hombres de blanco salieron a su encuentro. Recostaron a Don Augusto sobre una camilla mal oliente y desaparecieron. La policía ya había llegado e inteligentemente se preparaba para ajustar cuentas a un conductor inocente. El bullicio se traslado de la tolva al ingreso del nosocomio.

Sentados en el hall, Manolo y el Ñato parecían no entender que había pasado en los últimos minutos de sus rutinarias vidas.

De pronto, una cara conocida jaló el hombro de Manolo y lo saludó en forma hostil.

– ¿Tu? ¿Que haces aquí?, le dijo Manolo
– Aquí trabajo huevón, soy enfermero y curo a los heridos – le dijo, dándose media vuelta e ingresando a la sala de emergencias. Era Fanfurria.

- Veste concha…, pensó Manolo.

Minutos después apareció nuevamente Fanfurria y ya sin tono hostil en sus palabras le dijo a Manolo:
– El señor falleció hace diez minutos, llegó frió por siacaso, mejor quítate a tu casa que ya no puedes hacer nada.

Una sensación extraña invadió a Manolo. Las palabras de Fanfurria sonaban distinto, sonaban ciertas.

Don Augusto se había ido cuando en brazos de Manolo le pedía que les dijese a su mujer y a su hija que las amaba con todo el corazón, que el las protegería desde el cielo y que disfrutaran de las cosas bellas de la vida porque es corta, es muy corta.

Esa vez Fanfurria no le mintió y Manolo lo sabía.